“Quizás, quizás, quizás…”
Delicada e suave como um beijo de despedida, In the mood for Love de Wong Kar Wai nos envolve no mundo das recordações e do que não pôde ser. Sua sedutora mise en scène, com tons avermelhados e câmera lenta, nos hipnotiza junto com sua deliciosa música e ambientação dos anos 60.
Um cenário incômodo, onde as estruturas de uma casa obrigam aos encontros e desencontros dos personagens. Corredores estreitos e miradas esquivas. O sensorial nesse filme é quase uma carícia tímida. Cada ambiente, tratado quase como um videoclipe, nos transporta e nos interpela aos sentimentos mais profundos do amor.
De quem são essas costas frívolas? Quiçá a lembrança daqueles que nos fizeram sofrer, aqueles que já não têm cara pela falta de sentimento e distância, aqueles que reforçam as ganas de escapar e se encontrar com esse outro que nos espera.
O tempo nos mergulha numa atmosfera cheia de planos curtos que nos aproximam da Senhora Chan e do Senhor Chow. O cotidiano se faz um eterno flashback de dias iguais e tristes que alargam o lamento e a solidão. Sempre é um bom dia para ir comprar macarrão ou ir ao cinema e sair do confinamento, sempre é bom colocar um vestido bonito, se encontrar e dividir. Quase como a canção Un vestido y un amor de Fito Paez, este amor nos toca de perto, nos comove, nos eleva. É difícil descrever um sentimento, mas Wong e Fito o fazem.
Pouco diálogo e muito sentir. Outra qualidade perfeita para adentrarmos nessa história. Os protagonistas esperam, escutam e dizem o necessário, o correto, o que a sociedade espera que se ouça. Os vizinhos são um ruído constante, às vezes uma interrupção justa, como esse lamento de solidão, e outras vezes incômodo como as leis morais da sociedade.
Há momentos desse devaneio onde se pode perguntar: e por que não escapam? Nada os detêm, deveriam viver seu amor inesperado. Mas a Senhora Chan o sintetiza com uma só frase. “Nós não somos como eles.” E ali é o momento em que se aborda a culpa, a contradição, a maior censura desse sentir que transborda em cada olhar entre os personagens, em cada chamada silenciosa, em cada aproximação.
Cada cena, cada plano é um intenso sentir. O tempo se congela, as vozes estão em planos distantes, nada importa mais que o amor. Está aí a semelhança com a própria vida. Essa intimidade tão conhecida, tão palpável, tão do hoje e do ontem, que junto a esses violinos e cellos nos lembram do verdadeiramente substancial nessa existência: o amor.
Não importa a que os personagens se dediquem nem com quem se encontram, o único que cobra sentido é esse instante de encontro, de sinceridade, de cumplicidade desse silêncio compartilhado e inesperado. Quem imaginaria que o amor estava ali, detrás da parede do quarto, detrás da traição? Tão próximo e também tão distante. Tão surpreendente como paralisante.
Os silêncios são espaços que acompanham esse argumento, e isso é o mágico nessa história de amor e solidão. Junto à expressiva fotografia, constituem uma atmosfera atemporal, suspensa na lembrança, na expectativa e na realidade. Um tom de sonho quase Lyncheano, junto a corredores vermelhos e cenas repetidas, mas diferentes. E ali surge o amor, surge o grande estilo da beleza e simplicidade de Wong Kar Wai.
O simbolismo não fica para trás. As ruínas no Camboja, as testemunhas do passado, do que foi em seu fulgor e do que pôde ser. O confessionário e despedida do Senhor Chow. O último segredo no oco e nexo do passado, presente e futuro. Que terá confessado o Senhor Chow? Já não é importante, o passado ficou.
Todo o desencontro, espera e emoção ficam congelados num último suspiro. Permanecem atrás do cristal sujo com que se vê o passado, tão confuso e distante, como disse o roteiro.
Uma última pergunta: por que nos comove tanto esse drama com tons de cinema noir? Quiçá não haja nada mais real e tão próximo do que não pôde ser, nada mais como a solidão e as ganas de amar, o encontro e a cumplicidade de querer sentir e evadir-se do que foi e do que será. Quiçá o romantismo na sociedade pós-moderna ainda nos tenta, nos interpela e quiçá as semelhanças de buscas e desencontros desse filme com a realidade nos unem e nos rememoram dessa existência cheia de drama e amor. Também, quiçá seja a recordação de nos sentirmos vivos o que chamamos de “amor”. Quiçá In the mood for Love seja muito mais que um filme, quiçá seja um sentimento.
Quizás, quizás quizás…
Versión en Español
“Quizás, quizás, quizás…”
Delicada y suave como un beso de despedida, In the mood for Love de Wong Kar Wai nos envuelve en el mundo del recuerdo y lo que no pudo ser. Su atrapante puesta en escena, con tonos rojizos y slow motion, nos hipnotiza junto a la exquisita música y ambientación de los años 60.
Un escenario incómodo, donde las estructuras de una casa obliga a los encuentros y desencuentros de los personajes. Pasillos angostos y miradas esquivas. Lo sensorial en este film es casi una caricia tímida. Cada ambiente tratado casi como un videoclip nos transporta y nos interpela a los sentimientos más profundos del amor.
¿Quiénes son las espaldas frívolas? quizás el recuerdo de aquellos que nos hizo sufrir, aquellos que ya no tienen cara a falta de sentimiento y distancia, aquellos que refuerzan las ganas de escapar y encontrarse con ese otro que nos espera.
El tiempo nos sumerge en una atmósfera llena de planos cortos que nos acercan a la Señora Chan y el Señor Chow. Lo cotidiano se hace un eterno de flashback de días iguales y tristes que alargan el lamento y la soledad. Siempre es un buen día para comprar pasta o ir al cine y salir del encierro, siempre es bueno ponerse un hermoso vestido, encontrarse y compartir. Casi como la canción Un vestido y un amor de Fito Paez, este amor nos toca de cerca, nos conmueve, nos eleva. Es difícil describir un sentimiento pero Wong y Fito lo hacen.
Poco diálogo y mucho sentir. Otra cualidad perfecta para adentrarnos en esta historia. Los protagonistas esperan, escuchan y dicen lo necesario, lo correcto, lo que la sociedad espera que se oiga. Los vecinos son un ruido constante, a veces una interrupción justa, como ese lamento de soledad, y otras molesto como las leyes morales de la sociedad.
Hay momentos de esta ensoñación donde uno se pregunta ¿y porque no escapan?, nada los detiene, deberían vivir su amor inesperado. Pero la Señora Chan lo sintetiza con una sola frase. “Nosotros no somos como ellos.” Y allí es el momento dónde se aborda la culpa, la contradicción, la mayor censura de ese sentir que desborda en cada mirada entre los personajes, en cada llamada silenciosa, en cada acercamiento.
Cada escena, cada plano es un intenso sentir. El tiempo se congela, las voces están en planos lejanos, nada importa más que el amor. He allí la similitud con la vida misma. Esa intimidad tan conocida, tan palpable, tan del hoy y del ayer, que junto a esos violines y cellos nos recuerdan lo verdaderamente sustancial en esta existencia: el amor.
No importa a lo que los personajes se dediquen ni con quién se encuentran, lo único que cobra sentido es ese instante de encuentro, de sinceridad, de complicidad, de ese silencio compartido e inesperado. ¿Quién se iba a imaginar que el amor estaba allí, detrás de la pared del cuarto, detrás de la traición? Tan cercano y a la vez tan lejano. Tan sorprendente como paralizador.
Los silencios son espacios que acompañan en este argumento y eso es lo mágico en esta historia de amor y soledad. Junto a la exquisita fotografía construyen una atmósfera atemporal, suspendida en el recuerdo, en la expectativa y la realidad. Un tinte de sueño casi Lyncheano, junto a pasillos rojos y escenas repetidas pero diferentes. Y allí surge el amor, surge el gran estilo de la belleza y simplicidad de Wong Kar Wai.
El simbolismo no se queda atrás, las ruinas en Camboya, esos testigos del pasado, de lo que fue en fulgor y de lo que pudo ser. El confesionario y despedida del Señor Chow. El último secreto en el hueco y nexo del pasado, presente y futuro. ¿Qué habrá confesado el Señor Chow? ya no es importante, el pasado se lo ha quedado.
Todo el desencuentro, espera y emoción quedan congelados en un último suspiro. Quedan detrás del cristal sucio con que se ve el pasado, tan confuso y lejano como dice el guión.
Una última pregunta ¿por qué nos conmueve tanto este drama con tintes de cine noir? Quizás no hay nada más real y tan cercano de lo que no pudo ser, nada más como la soledad y las ganas de amar, el encuentro y la complicidad, de querer sentir y evadir, de lo que fué y será. Quizás el romanticismo en la sociedad posmoderna aún nos tienta, nos interpela y quizás las similitudes de búsquedas y desencuentros de este film con la realidad nos unen y nos rememoran a esta existencia llena de drama y amor. También quizás sea el recuerdo de sentirnos vivos sea lo que llamamos “amor”. Quizás In the mood for Love sea mucho más que un film, quizás sea un sentimiento.
Quizás, quizás quizás…
